Cuando pensamos en estrés, puede que lo primero que nos venga a la cabeza, sea un ejecutivo; y ciertamente, muchos, lo están; pero no es único de este colectivo.
Todos padecemos en algún momento estrés, pues es el efecto de no poder o no saber parar.
La contínua “activación”, o sea, el estrés; es lo que observamos como algo perjudicial para la salud.
Supone que no somos capaces o nos resulta muy difícil, realizar una desactivación de la energía implicada en cualquier acción.
Es más, parece que no podemos desactivar ese ímpetu y a medida que pasa el tiempo, se produce un proceso sumativo que nos lleva a sufrir efectos desastrosos para nuestra salud.
Es un motor en marcha contínua, que no sabemos parar.
Supongamos que estamos hablando de una máquina, el motor de un coche por ejemplo.
El coche tiene la función de llevarnos de un lado a otro, pero imaginémonos que por la circunstancia que fuera no pudiéramos parar el motor.
¿Cuánto gasto y desgaste podría suponer esto?
Permanecer todo el día acelerado, tener la sensación de no tener tiempo para nada, vivir en la cresta de la ola… supone una aceleración para todos los procesos que ocurren en nuestro cuerpo, nuestra mente y nuestra emoción, que tarde o temprano nos pasará una factura un tanto cara.
“Pero cambiar un hábito es tan difícil…, en realidad me da un poco de pereza…, eso le pasan a otras personas…”.
Todo proceso de cambio nos echa para atrás, sobre todo cuando pensamos que realmente no tenemos un problema, o los efectos que observamos en nosotros no nos parecen tan importantes como para hacer el “esfuerzo”.
Pero es vital, concienciarnos de que saber gestionar la energía que implicamos en las actividades es tan necesario, como beber agua.
María Garrido
Psicólogo