Historia de una tendinitis.

publicado en: Artículos, Testimonios, Tratamientos | 0

Tendinitis y terapia craneosacral

Amparo es una  mujer de 47 años que había vivido lo suyo. En su casa son  6 a comer y ella es la cabeza de familia; la que trae el dinero a casa. Siempre trabajando, haciendo millones de horas, tanto fuera como dentro de casa y cargando literalmente todo el peso y la responsabilidad  de su casa sobe sus hombros.

Este último trabajo en la gasolinera, era especialmente duro y con muchas horas de dedicación. Sus jefes,  últimamente, abusaban un poco excediéndose en la cantidad de horas trabajadas, doblando turnos, etc.

Amparo llegó a mi consulta con un dolor calificado por ella como “insoportable”. Su hombro y su brazo derecho la atormentaban; sobre todo por la noche; apenas podía moverlo sin mortificarse. Haciendo memoria, recordó que llevaba con este problema unos 8 años más o menos, pero en estos últimos meses,  había empeorado considerablemente y no podía  dormir con el dolor. Llevaba largo tiempo medicada con antiinflamatorios y así fue “tirando” hasta ese momento. Intentaba dormir de varias formas, en cama; imposible. En el sofá, al principio,  parece que le aliviaba algo, pero tampoco. Probó a ponerse un cojín entre el brazo y el pecho… nada la aliviaba.

En la sencilla escala M-B (Malestar- Bienestar), que suelo  usar para saber en dónde se sitúan los pacientes/clientes a nivel de dolor, donde un 0 significa que están casi muertos y el 10 que están maravillosamente bien, ella se situaba en un 1; “por no ponerme un 0, ya que estoy viva”.

Comenzamos nuestra primera sesión. Mi diagnóstico fue de una tendinitis bastante fuerte en el tendón del bíceps derecho. A pesar de llevar un largo período con antiinflamatorios, tenía una potente inflamación y toda la zona muy congestionada.

En la primera consulta, suelo ir a lo que más le molesta al paciente; en su caso, el brazo y el hombro derecho. Pero, aún sabiendo que trabajando sólo tejido blando no iba a solucionar el problema de raíz, pensaba  que se podría sentir lo suficientemente aliviada durante unos días como para permitirle empezar a dormir. Ahora sé que me equivocaba.

A pesar de trabajar casi exclusivamente en esta primera sesión con su brazo y su hombro, me tomé un tiempo para sentir el movimiento craneosacral de sus clavículas y su húmero; y observé que aquello tampoco estaba nada bien. Desde mi experiencia, cuando una persona padece una tendinitis, suelen estar implicados más “de cerca”, el húmero, la clavícula, la escapula y también las  cervicales e incluso las dorsales. Normalmente observo que es el lado dolorido el implicado y el que suele estar en torsión, pero también puede haber algún componente en el lado contrario.

En esta primera sesión, tuve que trabajar los tejidos muy lentamente,  Amparo tenía mucho dolor y “machacando” más la zona, no iba a conseguir gran cosa. Empecé a trabajar el tejido blando como últimamente lo hago. Utilizo la técnica de punto gatillo, primero de forma muy suave y tratando de sentir y dejándome llevar por el ritmo cráneosacral de ese tejido. Vengo observando que al seguir este ritmo en la zona tratar, el tejido se va  ablandando mucho más rápido, de forma más eficaz y con menos dolor para el paciente, que a través de la técnica de punto de gatillo normal.

Al finalizar la sesión comenzó  a sentirse más aliviada. Al usar la técnica craneosacral, aunque sea en un sitio tan reducido como el bíceps, Amparo pudo sentir la relajación y el bienestar que supone el trabajo de su “médico interno” como lo denominó el Dr Upledger.

A los 6 días volví a ver a Amparo. Me contó que de nuestra primera sesión se fue bastante aliviada y que en su escala M-B había pasado a un 6 o un 7 en pocos días. Al principio sintió la zona un poco magullada, estuvo así durante 2 días pero al 3º, empezó a encontrase mucho mejor. El bienestar duró poco tiempo. Al 4º día, la puntuación bajó en picado de nuevo, primero a un 4 y al final de la semana estaba otra vez en un 1.

Me sentí fatal. ¿Qué había ocurrido? Todas mis sospechas y mis dudas de todos estos años se confirmaban otra vez. Me dije a mi misma: “María: si no trabajas la articulación, todo volverá a estar como estaba, sólo pondrás  un parche…” A pesar de esto, y muy probablemente por mis propios miedos, me puse a trabajar como se supone, o más bien, como yo creía que la gente esperaba que tenía que trabajar: o sea, dando un masaje. De nuevo se repitió lo mismo que con la primera sesión; se fue más aliviada.

A la semana siguiente, todo se repetía; volvía otra vez a estar en un 1. Amparo estaba fatal; y yo con ella.  Entonces decidí que ya estaba bien. Que si realmente creía en lo que estaba haciendo, que si realmente era una osteópata que veía claramente que la terapia craneosacral funcionaba muy bien, incluso allí donde otras terapias habían fracasado o no habían obtenido unos buenos resultados, la primera que tenía que actuar como tal era yo misma. Además, estaba convencida de que todas aquellas personas a las que no había podido ayudar con esta terapia o que tardaba más de lo que yo esperaba en  hacerlo, era por mi propio estado de incredulidad. En el mejor momento llegó a mis manos el libro del Dr. Upledger, a pesar de que, irónicamente llevara en mi estantería esperándome unos 4 meses. Me alivió mucho leer en este libro las observaciones del doctor sobre este suceso; él lo denominó el “efecto de la intención”. (Capítulo XVIII “Tu médico interno y tú”).

Cuando estudiaba craneosacral, había un poco de lío con esto de la intención. Había compañeros,  más experimentados que yo, que  hablaban de permanecer en un estado neutral, otros de tener intención de ayudar. En realidad yo, aún no sé my bien qué es lo mejor. Pienso que hasta cierto punto podemos trabajar con las dos cosas al mismo tiempo. Por una parte permanecer en un estado de “observación neutral”, sin “poner nuestros peces en la pecera del paciente”, (miedo, ideas pre-concebidas, etc…) tal y como decía siempre una profesora que tuve, pero también con “buenas intenciones de aliviar y curar”.

En esta tercera sesión, me puse manos a la obra y volví a reconsiderarlo todo. Observé una escoliosis en convexidad izquierda relativamente pronunciada a la altura de las dorsales altas.  Al comenzar esta sesión centrándome esta vez en escuchar su ritmo craneosacral, coloqué mis manos para observar y sentir el movimiento de sus clavículas. La derecha estaba “enganchada”. Realizaba una fuerte rotación hacia la izquierda, como si tratara de separarse del húmero. Amparo me mencionó que mientras tenía mis manos en este lugar, se sentía muy cómoda y aliviada. En un momento determinado, su ritmo craneosacral se paró y en ese momento sabía que algo estaba ocurriendo. En esta especie de reseteo que hace el sistema como para poder volver a empezar de nuevo, esta vez, por otro camino, es cuando ocurre la corrección, ahora el movimiento rítmico craneosacral estaba más equilibrado. En cuanto esto ocurrió, Amparo me comentó que es como si “el dolor se desplazar del hombro al brazo”. A partir de ese momento, dirigí mis manos a sus brazos y realmente su húmero derecho  estaba bastante mal. Es como si estuvieran totalmente descoordinados el uno con el otro.  Así permanecí un largo rato, pero algo pasaba porque no acaba de colocarse bien. Lo dejé así: más o menos. Cuando la incorporé de la camilla, me comentó que en esta posición, inclinada hacia delante,  estaba de maravilla. Al estar sentada en esta posición, sus omóplatos no están ejerciendo tanta presión en la camilla… pensé: ¿Estarán implicadas las escapulas, o por lo menos la derecha, por eso el húmero no acaba de equilibrase?

Le dije que volviera a los dos días.

Cuando volvió parecía que estaba un poco mejor. Ya podía levantar el brazo hacia delante. Su puntuación subía de un 1 a un 3.

Empecé la sesión de craneosacral otra en las clavículas para comprobar que todo estaba como lo habíamos dejado y la verdad, estaban estupendas. Acto seguido me dirigí directamente a sus escápulas. Estaba en lo cierto; los omóplatos estaban muy campaneados y con un gran trauma. Estaba claro para mi en aquel entonces, que su escoliosis dorsal era la culpable del estado de sus escápulas y su tendinitis era una consecuencia de todo aquello. El ritmo craneosacral en las escápulas era excesivo. No existía ni rotación interna ni externa clara, ni amplitud apenas, ni simetría. Una gran descompensación de todo. Después de unos pocos minutos, se produjo una parada de su ritmo craneosacral y todo se corrigió. Los húmeros también se corrigieron rápidamente y se produjo también una gran liberación de sus vertebras dorsales y del esternón. ¡Creo que la cosa va bastante bien!, pensé.

Volvió de nuevo a los cuatro días y sentí una gran alegría cuando me dijo que ¡hoy se situaba en un 8! “Sino lo muevo estoy de maravilla”, me dijo. “Pude dormir toda la noche, que gozada, eso sí, pero con el doblado, porque aún  no me deja si lo tengo estirado”. Me pregunté si realmente ahora sí era el momento de trabajar el tejido blando; la contractura del biceps y del deltoides. Esto podía ser lo que le estaba impidiendo dormir con el brazo estirado. Empecé a trabajar de igual forma que en nuestras dos primeras visitas, usando la técnica “retocada” del punto gatillo. Amparo podía realizar casi por completo todos los movimientos de su brazo, claro que con mucho miedo. Era natural, fueron varios meses con el trauma instaurado.

Al principio de nuestra 6ª y última sesión, me contó que ¡ya había subido hasta un 9! Ahora sólo se despertaba de vez en cuando pero si se cambia de postura, después podía seguir durmiendo. Su postura más cómoda era con el brazo doblado y con él por encima de su cabeza.  En esta sesión me comentó que ahora lo que más le molestaba era el cuello, sobre todo el lado derecho y por detrás. En esta sesión trabajé más intensamente su cuello, el  tríceps, el  deltoides posterior y sus dorsales, desde D 5 hasta D 8. Le aconsejé una serie de estiramientos de brazos  y que la vería en un mes, a no ser que ella me llamara porque algo no iba bien.

Al mes, la volví a ver  y me contó que se encontraba en un 10 de satisfacción. ¡Las dos nos sentimos estupendamente! Yo, por haber ayudado a su médico interno a encontrar el camino de vuelta al equilibrio de su ritmo craneosacral, pero también por la valiosa lección que aprendí con esto: A confiar en lo que realmente crees.

Muchas gracias Amparo, y muchas gracias a tu médico interno; a pesar de que nos conocemos bastante bien, nunca le pregunte como se llamaba…

María Garrido Garrido

Osteópata, Psicólogo  y Terapeuta craneosacral.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.